MIRADAS FURTIVAS

Entraste en el local sin ansia de admiración, recogida en tu anonimato y pregonando en silencio tu belleza. Mi mirada siguió con respeto la incerteza de tu indiferencia y admiró con disimulo tu atractivo. Ni un indicio de despego, ni una señal en tu rostro ni en tus gestos que mostrara un desvaído comprimido en el desencanto familiar. Nada. Llevabas con frugal desenfado tu enigmática figura y con recato singular la indiferencia almibarada que desprendía tu presencia.

Allí estabas tú, sentada, mayestática y solemne ante el resto; solazada y cordial con los tuyos. Sin embargo, reparaste en mi mirada, quizá curiosa, quizá sensual, y me regalaste la tuya. Aquel sorpresivo semblante inicial que presentaba tu faz se iba tornando en cálidas expresiones de gentil llamada que llegaban hasta mí en forma de delicadas caricias.

Mirada serena y suave, sostenida en ocasiones y huidiza en otras, que tus esplendorosos ojos verdes se encargaban de cautivar mi atención. Y los míos de mantener la tuya.

Y mientras tanto, tú a tu ensalada y a tus silencios; yo a mi tatin de manzana y a tu mirada.

_Cimon_

26/3/2004