EL VALLE
Eran simas hacia arriba en eco interminable hasta el infinito, que guardaban flanqueando diversos valles que a sus pies se abrazaban. En cada valle discurría un río que brotaba de invisibles cimas y desde allí caía en cascada de pequeños y finos cristales gravitando, que se fragmentaban en blanco y resplandores al rozar un suelo ondulante de semiagua cristalina.
Cada río en su curso lento y pausado separaba en dos idénticas mitades, imagen a imagen de espejo, a cada valle, pero una parte aparecía luminosa bajo dos soles que su calor enviaba, mientras la otra se definía ora en sombras, ora en destellos tenues.
A Pedro le agradaba sentarse en la ribera del río de la zona luminosa bajo un sauce de ramas de hilos transparentes y los dejaba acariciar sus manos y mejilla, mientras se embelesaba y aspiraba la fragancia blanca de las rosas de cristal que cubrían la pradera desde el río a la montaña.
Las miraba en una caricia de sus ojos, y ellas le devolvían la caricia, brillantes, límpidamente transparentes en sus guiños de diamante, tintineantes en su sonido sobre la blanda superficie que se movía, cuando Pedro se acercaba a verlas.
Eran rosas de una fragilidad y belleza exquisita, profundamente hermosas, de irisaciones de los más variados colores, cada una en su sentimiento había adquirido un color diferente y en muchas de ellas surgían en relámpago entremezclados. Él, a veces, se acercaba y paseaba con sumo cuidado entre ellas, siempre encontraba un poco de terreno donde tumbarse con el viento en su rostro mirando al cielo.
Era entonces cuando las irisaciones de las rosas azules, blancas, añiles, rojas formaban un vaho de entramado colorido que se abrazaban a su cuerpo y lo transformaban en cristal junto a ellas. Nunca sabía el tiempo que permanecía descansando entre sus más bellas flores, pero terminaba por levantarse tras despedirse con un dulce beso, cruzaba el río y volvía a la otra parte del valle.
Allí, al entrar, durante un tiempo, resplandecía la luz de las irisaciones que a su piel se hallaban prendidas y se transformaba aquel espacio, en verdad, en espejo del otro lado, aunque sólo fuera por un momento y tan sólo con el destello de dos o tres rosas de cristalina mirada de irisaciones multicolores.
Trancos62
0 comentarios