EL SABOR A MIEL DE LA VIDA
Se cerró la puerta tras de él y fue como si cerraran otras muchas, el antiguo disco de vinilo acabó su melodía pero seguía girando arrastrando sonidos que penetraban hacia dentro, hacia ese lugar oculto donde la sensibilidad se vuelve lamento desgarrador, la aguja arañaba el disco como se araña la conciencia vulnerable o el sentimiento más profundo y sensible…
Pasaron las horas, lentas e inexorables, hasta que aquel sonido que antes llenara todo su mundo interior dejó de oírse, tampoco oía el sonido del ascensor que tanto le molestara en otras ocasiones, ni el tic-tac del reloj del despertador sobre la mesilla de noche… Nada…no había nada ya en su mundo, y fue la primera vez que percibió con total claridad la sensación de inmenso espacio entre ella y los objetos, entre ella y el resto de la vida…
Pero a pesar del vacío insalvable de esa sensación de lejanía no se sintió pequeña en un mundo grande. No se sintió, era un hueco, un agujero, un pozo vacío lleno de espacio en el que solo vivía la mente capaz de observar pero ya sin hilvanar pensamientos. Tal vez fuera igual al origen de la vida; nada. Sin deseos, sin sensaciones, vacío vivo, estar sin ser, observar sin sentir…
Despertó el alba como despiertan las cosas crueles, la vida no perdona ni a los vacíos. Ella seguía en la misma postura de la noche anterior, con la mirada perdida y sin ver…fue cuando escuchó su nombre como un susurro, alguien pronunció esa palabra y fue como si hubieran estirado del cordón de la vida de su cuerpo, recordó que esa palabra era ella, sintió su cuerpo entumecido, frío, rígido…
El primer sonido que oyó fue el de su propia respiración, su pecho inhaló el aire de forma brusca y de repente estalló en un sollozo desgarrador e incontrolable. Todos los volcanes de su vida se derramaron sobre cada poro de su ser, de forma brusca primero, quemando y arrasando cada una de las heridas de su corazón hasta tapar cada uno de los huecos por donde se le escapaba la vida y el sentir.
Lo primero que vieron sus ojos fueron sus manos descansando sobre el regazo y recordó de repente que aquellas manos habían regalado amor, percibido la piel del amado, acunado a los hijos, trabajado y amortajado… El tic-tac del reloj empezó a llenar el silencio de la alcoba, el ascensor se acababa de parar con un frenazo brusco en la tercera planta…La luz del alba dejaba paso a un cálido resplandor que empezaba a iluminar la estancia y sus lágrimas empezaron a secarse sobre sus mejillas irritadas.
Alguien había pronunciado su nombre pero ella sabía que estaba sola, justo lo único que siempre fue necesario para volver a empezar. El espacio, el vacío y la distancia que antes percibiera como única manifestación de vida desapareció y todo volvió a acercarse para tocar su conciencia, para rozar su piel. Jamás antes había apreciado tanto el sabor de lo dulce, fue necesario que todo se tornara amargo para darse cuenta de cómo se puede perder el sentido por el placer de una sola gota de miel en los labios.
Cuando volvió a escribir anotó en su diario; No olvidarme ningún día de saborearla ni de regalarla.
Dulceamargo
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