SOMOS ASÍ
Lo conoció en una fresca tarde de septiembre. Su mirada baja y tímida, tocada por un deje de tristeza anidada y perpetua, la conmovió. No podría ya escaparse de su trasiego, lo buscaba en la plenitud de los pasillos y en el recorte agridulce de un jardín.
Ansiaba poder hablarle, comunicarle todo lo que su presencia correspondía en ella misma. No se atrevía, no existía un tiempo preciso para ello. Pero aún con solo observarlo, sin sentir, se extasiaba. Para qué necesitar palabras cuando pueden decirse tantas cosas con los movimientos de otros ojos tímidos!.
Ambos conocían el deseo sin acercamiento, el limpio deseo del esplendor adolescente. Y como decirlo, para qué descomponer el encanto rumiado en alargados sueños nocturnos.
Pasaron demasiado tiempo en la ignorancia del descubrimiento afín, en el sentimiento de un amor platónico y secreto. Audaz rozamiento que nunca emergía, encuentro fortuito y casual que nunca ocurría. Le aburrían los otros, aquellos a los que sí conoció, no podría entender por qué se contentaba con su presencia cuando existía la perfección de su amor platónico.
Si escuchaba en una conversación su nombre, bajaba la mirada y su sonrojo lo decía todo. Tampoco necesitaba palabras para expresarse a sí misma. Era tan dulce, tan inteligente, tan encantador y tan guapo. No quería, no deseaba romper el encanto que había reconstruido con su imaginación.
El tiempo dejó escaparse. En un sofocante día de junio, la clase final concluyó, sabía que dejaría de verle, de observarle, de tener la oportunidad no realizada de dirigirle la palabra. Y cuando se fue lo echó de menos, pero con el paso del tiempo se dio cuenta que podría seguir observándolo. Porque era un efluvio constante en su mente, porque era una imagen modelada de lo que ella necesitaba.
Siguió buscándole sin cesar en cada persona que encontraba, intentaba buscar un parecido que pudiera recordarle a él, extasiarle en su satisfacción interior. Nunca lo encontró por entero, nunca lo volvió a ver.
Las personas somos así en lo más hondo, buscadores de una ilusión. Soñadoras eternas de un perfección. Ansiamos más, nos contentamos con lo conseguido aunque dentro del corazón mantengamos siempre encendida la llama de la utopía errante. Aquellos que no pueden contentarse con la ilusión contenida, sucumben en la desgracia. Sólo son felices los que ya no la buscan, los que ya la llevan con ellos.
Hetaira, lúcida indagadora de mi malestar existencial
24/10/2005
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