HOMBRE DE LUZ
Llegó desde los sueños prometidos y aquí levantó su casa; reconoce que dios engaña continuamente por boca de sus censores. Llega a la belleza de su mano y no se quebraron los espejos; saben que ese no es su destino. Llegó a la verdad y no se amaña allí; echa sobre sus hombros la pesada carga e inventa un sendero hacia lo inefable con su lámpara de claridad de la mano de la luna. Llega al domingo y no descansa entonces; ama su pie errante. Adelantada a sus propios pasos, claro y diáfano, posee luz propia y sabe encender el fuego. Con fe en sí mismo y en su camino, cuanto más se aleja más cerca está del comienzo, hasta alcanzarse a sí mismo por la frente y por su limpio corazón y en ellos se reconoce. Mira al horizonte y el horizonte le llama. No vuelve la cabeza para reconocer el sendero de sal. Su rostro desaparece entre la bruma y al momento la bruma desaparece pues la luz siempre sale victoriosa de las sombras y las brumas. Su equívoco pie importa nada. Camina con zapatos de felpa entre el simún, para que su rastro no pueda ser seguido, para que su pie no dañe nada. Sólo el orden del polvo que ha levantado en su errancia estremecida es lo que queda. Para evitar explicaciones se defiende con silencio, para evitar dañar, también silencio; y como fiel servidor de la auténtica, la verdadera libertad: guarda silencio en el respeto.
En su corazón, fuego limpio. En sus manos, agua limpia. En sus ojos, el milagro del abrazo milenario entre el fuego y el agua, limpiamente.
Anónimo
6/2/2009
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