LA ERÓTICA DEL PEZÓN
Uno, no siendo de cartón, se fija, ante una mujer bella, en todas sus cualidades físicas, sean éstas de ver o de imaginar. Así que me dispuse a hacer un repaso sostenido de aquel cuerpo maravilloso que el destino había deparado ante mis ojos.
En el primer paseo nada especial que llamara mi atención, salvo sus rasgos de mujer madura del Norte de Europa: Atractiva, efectiva en su trabajo, pero ligeramente dejada en su apariencia exterior. O, al menos, no excesivamente cuidada. Llegué a pensar que, por el garbo en los andares y sus ademanes, las preferencias erógenas no pasaban por tipos como yo, sino que iban más por las sendas lésbicas.
Sus pechos, bien posicionados, marcaban unas curvas perfectas, como dibujadas al compás. Redondez oronda sin transparencia.
Dejé por momentos mi distracción para meterme de lleno en el deber que es por lo que me pagaban. No pasó mucho tiempo cuando, ¡oh persuasión inocente!, allí germinaba incipiente, atrapado en la camisa y el sostén, un punto de reflexión que me rompía la curva y que, sabiamente, la naturaleza había trazado para gozo de mi sentido más ejercitado. Aquel pezón se había despendolado y se hacía notar, no sé por qué situación.
Me mantuve alerta, callado y en silencio, para no alborotar las hormonas de aquel hervidero. Y para que se calmaran las del mío, no fuera el caso que tuviera que alzarme y se notara, más que el pezón, el músculo izado de mi cerebelo.
Duró unos instantes la calma, pero no conseguí centrarme. Yo, a lo mío. La cuestión era no perder la atención de aquel inquieto apéndice.
Hablé por segunda vez. Nada de inmediato; raso el perfil a la curva y lisa la camisa. Ajustada, pero con la modosidad y el recato de la estatua de Juana de Arco.
Pero de nuevo, ni un minuto, otra vez estaba allí, turgente y juguetón, saliendo de su anonimato para colar onirismos variados en mi frágil atención.
Me mordí la lengua y amagué gestos y razón para ver si devolvía su estado a la insignificancia. Tardó, pero sí. Se quedó como si nada.
Volví a probar y le dije a ella, de forma muy directa, algunas cosas sobre el patrocinio de ambas sociedades, la suya y la mía, de una campaña en el desierto del Sahara para explotar una cadena de chiringuitos de chucherías "pa los niños", en lo que hube de emplearme a fondo, tanto en la ordenación de mis ideas como en la exposición de los argumentos. De pronto, otra vez y con notoriedad, allí estaba más inquieto que nunca y con rabiosa erección aquel supino estandarte
Él y yo habíamos establecido una excelente comunicación, que siguió y siguió. Lo que no sé es si la dama se había enterado de algo.
O quizá, ninguno de los dos, ni la dama ni el pezó, estaba por mí.
Saludos
Oscar_Lois
13/5/2006
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