TRISTEZA Y SOLEDAD
Los días felices de antaño dejaron paso a la tristeza por una maldita confusión.
Presentes sin esperanzas y futuros inciertos hicieron aparecer la soledad que requebraba mis maltrechos huesos. Me cobijé en el viejo roble del baúl mugriento que guardo casi olvidado en el sótano de mi fría morada. Allí, bajo una oscuridad absoluta, dibujé en pergaminos de tinieblas la vereda que conduce al abismo infernal para su destrucción definitiva.
Era un anhelo de ensueño: "Que los pesares que causaron mi tristeza encontrasen la calma, y que no se pudiera ni imaginar que de alguna forma la necesitaba". Todo iba perfecto hasta que sus traicioneros labios fueron un enigma para mí. Fueron como vidrios que en mil pedazos se clavaban como estiletes envenenados que destruían mis entrañas.
Con sus actos apareció un calor sofocante que me ahogaba, y su amistad se derrumbaba rindiéndose a mi lecho vacío. Mis grisáceas pupilas entristecidas giraban desesperadas en un vaivén incontrolado buscando no sé qué; tal vez...un horizonte próspero sin las sombras que me acompañaban, unas rutas repletas de luciérnagas, constelaciones por explorar, una tierra sin aranas, o, un motor que impulsara de nuevo la sangre por mis venas.
Esfumar su recuerdo con una pincelada opaca que me permitiera olvidar ese camino que anduve con ella, que la sonrisa de payaso mutase a mis labios tornándose escarlata y chispeante, era la meta en la espesura de esos días que se me avecinaron.
Si; definitivamente decidí dibujar en pergaminos esa vereda con mi propia sangre en la oscuridad del baúl para dar por inconcluso el destino de mi soledad y tristeza provocado por esa confusión.
Y pasaron los días...
Un hermoso corcel albo alado llamado "cordura" irrumpió coherente. Era un mensajero con una mochila repleta de sinceros alegatos esculpidos en letras de oro. Su contenido: "Disculpas que en sus labios eran diáfanas; ofrecimiento de abrazos e incluso pícaros besos". No le era indiferente, y las cabriolas de mi corazón casi me dejan sin sentido porque por encima de todo, no quería perder mi amistad. Ella sonrió, y y0...yo he vuelto a se feliz.
He enterrado la tristeza y la soledad. He encontrado la calma, y sobre todo, he ganado de momento una amiga. Quién sabe si en un futuro...
Me falta únicamente mi atrevimiento a llamarla.
¿Qué hago?
Plenitud
30/5/2005
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