DIARIO DE NABOTENSO
"Domingo de Ramos de 1990.
Hoy me he levantado por la mañana temprano, había quedado con mis amigos para ir a misa. Tengo como costumbre la de ir a misa los Domingos de Ramos y traerme una ramita de olivo que pongo sobre un cuadro hasta que es sustituido al año siguiente.
Pues cuando me levanté no imaginé que este Santo Domingo iba a ser tan especial para mí. Después del acto religioso y en compañía de mis amigos, fuimos a tomar unas copas por los bares de la ciudad. Ya eran la una de la tarde cuando decidí ir para casa a comer algo.
Mis padres habían viajado a Sevilla para ver las procesiones de allí y aunque insistieron en que fuera, no consiguieron hacerme cambiar de opinión. Cuando llegué al bloque de pisos donde vivo, coincidí con mi vecina Sonia y su marido Juan Carlos para tomar el ascensor.
Nos saludamos cortésmente, ella con una preciosa sonrisa propia del día en el que estábamos y su marido con la seriedad que le caracterizaba. Al subir los tres en el ascensor quedamos muy juntos por la estrechez de la caja.
-Dile a tu madre que ahora le bajaré la olla que me dejó el otro día. ?me dijo Sonia con una hermosa sonrisa.
-Mi madre no está, se han ido a Sevilla. ?contesté y cuando lo decía me di cuenta que había fastidiado la oportunidad de haber estado un momento con ella a solas.
-¡Vaya! Y ¿qué estás solo?
-Sí? ahora me calentaré algo de comer? -dije sin saber bien que decir.
-Juan, ¿no crees que debemos invitar a este chiquillo a comer en casa? ?le dijo a su marido que asintió con un movimiento de cabeza. ?No te bajes en tu piso, seguiremos hasta el nuestro y comes con nosotros ¿Quieres?
La verdad es que no sabía si quería o no, pero aquella sonrisa y la belleza de ella me animaron por encima de la sobriedad de su marido. Cuando paró el ascensor en mi piso le volvimos a dar al piso de ellos que era el último del bloque.
Salimos y los seguía hasta entrar en su casa. En el bloque había dos pisos por planta y ellos tenían los dos de arriba unidos por el salón. Su casa era enorme y tenían todo tipo de obras de arte. Por lo visto el marido procedía de una familia de dinero que a causa del juego había consumido toda su riqueza, perdiendo varias fincas y millones en apuestas y partidas de póker. Desde entonces se había quedado en la situación anímica que estaba. Gracias a que Sonia era una mujer de carácter pudo salvar algo de las cosas que tenían y tuvo que ponerlo casi todo a su nombre. Desde entonces vivían con una pequeña renta que le quedó al marido y sobre todo al trabajo de secretaria de dirección que tenía ella en una multinacional.
Su marido se cambió de ropa y como un autómata se fue al salón, se sentó en su sillón y puso la tele. Sonia me enseñó toda la casa. Caminaba con ella y disfrutaba de su hermosura. A veces la dejaba pasar delante de mí y aprovechaba para fijarme en su cuerpo. Estaba hermosa con aquel traje negro ajustado que vestía para ir a misa. En la calle llevaba un suéter y disimulaban su pecho, pero cuando se lo quitó en su casa y con aquel vestido ajustado pude comprobar el volumen que tenía.
Después me pidió que la ayudara a preparar la comida. Me pidió que la esperara un momento en la cocina que se cambiaría de ropa. Tardó un minuto y apareció muy alegre y ordenándome como si fuera su pinche de cocina. Entre orden y orden la miraba, cómo se movía, sus expresiones, sus curvas? la observaba y poco a poco sentía que me iba gustando más aquella mujer.
Pusimos la mesa y nos sentamos a comer. El marido apenas hablaba, siempre serio y siempre viendo la televisión. Ella me hablaba de las cosas que solían hacer y me preguntaba por mi vida. Todo muy correcto y bien. Acabamos de comer y su marido le dijo a ella que se marchaba a su siesta.
-Bueno chaval, me marcho a dormir un poco, ha sido un placer tenerte aquí y vuelve cada vez que quieras. ?me dijo dándome la mano y cortésmente le di las gracias.
Sonia empezó a recoger la mesa y yo la ayudaba.
-No déjalo, yo lo haré? tendrás que irte para salir con tus amigos.
-No, por dios, le ayudaré a fregar? todavía tengo que llamarlos y no sé si saldrán, no quiero quedar como un aprovechado que come y se va sin ayudar.
Ella me sonrió y entre los dos quitamos la mesa. En la cocina sacó una botella de vino dulce y puso dos vasos. Me ofreció y brindamos por la vida. Mientras fregábamos y entre trago y trago me contaba un poco su vida. Así me enteré de que nunca habían tenido hijos, que los que su marido tenían no le hablaban, no tenía amigas de verdad y no quería dejar a su marido solo por mucho tiempo. En fin que su vida era un drama.
Le dije que no se preocupara, que podía tenerme como amigo. Ella se volvió y vi que sus ojos estaban húmedos y a punto de llorar. La abracé y pensé que ella me separaría, pero al contrario, me rodeó con sus brazos por los hombros y con mis manos agarré su fina cintura.
-¡Qué ojos más bonitos tienes! ?me dijo mientras clavaba sus ojos oscuros y húmedos en mí.
-No son más bonitos que lo que están mirando ahora mismo. ?le contesté y eso la encendió.
Me agarró con fuerza y comenzamos a besarnos, sentía su lengua dentro de mi boca que se movía nerviosa y excitada. Hacía mucho tiempo que no tenía relaciones con ningún hombre y era un volcán de pasión. Yo la acariciaba con mis manos, tocaba su nuca con una mano, mientras la otra acariciaba su redondo culo, lo tenía duro.
Ella bajó las manos y también me acariciaba por todo el cuerpo. La giré y acaricié su barriga mientras ella me agarraba por la cintura para pegar todo lo posible su culo a mi abultado paquete. Volvió la cabeza y me ofrecía su boca para que nos besáramos. Con las dos manos agarré sus voluminosos pechos y los acaricié como queriendo darles más redondez.
Busqué los botones de su bata y los desabroché. Aparté la tela a ambos lado y la giré y la separé de mí para mirarla. No se había cambiado la ropa interior que llevaba cuando salió a la calle y mi excitación fue enorme al verla. Ella se quitó su bata y pude verla por completo.
Pusimos la mesa y nos sentamos a comer. El marido apenas hablaba, siempre serio y siempre viendo la televisión. Ella me hablaba de las cosas que solían hacer y me preguntaba por mi vida. Todo muy correcto y bien. Acabamos de comer y su marido le dijo a ella que se marchaba a su siesta.
-Bueno chaval, me marcho a dormir un poco, ha sido un placer tenerte aquí y vuelve cada vez que quieras. ?me dijo dándome la mano y cortésmente le di las gracias.
Sonia empezó a recoger la mesa y yo la ayudaba.
-No déjalo, yo lo haré? tendrás que irte para salir con tus amigos.
-No, por dios, le ayudaré a fregar? todavía tengo que llamarlos y no sé si saldrán, no quiero quedar como un aprovechado que come y se va sin ayudar.
Ella me sonrió y entre los dos quitamos la mesa. En la cocina sacó una botella de vino dulce y puso dos vasos. Me ofreció y brindamos por la vida. Mientras fregábamos y entre trago y trago me contaba un poco su vida. Así me enteré de que nunca habían tenido hijos, que los que su marido tenían no le hablaban, no tenía amigas de verdad y no quería dejar a su marido solo por mucho tiempo. En fin que su vida era un drama.
Le dije que no se preocupara, que podía tenerme como amigo. Ella se volvió y vi que sus ojos estaban húmedos y a punto de llorar. La abracé y pensé que ella me separaría, pero al contrario, me rodeó con sus brazos por los hombros y con mis manos agarré su fina cintura.
-¡Qué ojos más bonitos tienes! ?me dijo mientras clavaba sus ojos oscuros y húmedos en mí.
-No son más bonitos que lo que están mirando ahora mismo. ?le contesté y eso la encendió.
Me agarró con fuerza y comenzamos a besarnos, sentía su lengua dentro de mi boca que se movía nerviosa y excitada. Hacía mucho tiempo que no tenía relaciones con ningún hombre y era un volcán de pasión. Yo la acariciaba con mis manos, tocaba su nuca con una mano, mientras la otra acariciaba su redondo culo, lo tenía duro.
Ella bajó las manos y también me acariciaba por todo el cuerpo. La giré y acaricié su barriga mientras ella me agarraba por la cintura para pegar todo lo posible su culo a mi abultado paquete. Volvió la cabeza y me ofrecía su boca para que nos besáramos. Con las dos manos agarré sus voluminosos pechos y los acaricié como queriendo darles más redondez.
Busqué los botones de su bata y los desabroché. Aparté la tela a ambos lado y la giré y la separé de mí para mirarla. No se había cambiado la ropa interior que llevaba cuando salió a la calle y mi excitación fue enorme al verla. Ella se quitó su bata y pude verla por completo.
nabotenso
26/12/2007
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