LICOR DE ANÍS

Dediqué cientos de minutos a componer liras con mi cuerpo y recitarlas en alcobas de alquiler, despertando libidos hibernadas y alimentando pasiones famélicas. Provoqué impulsos impávidos y sacié ansias reprimidas.

Recuerdo con agrado la satisfacción que me producían los solteros, pero sólo aquellos que se me entregaban sin pretender compromisos serios. Ahora ya, en el cenit de la exquisitez, sólo los casados me transportan allá donde la lujuria se convierte en placer y la lascivia en satisfacción. Ellos, de potencia física ampliamente reconocida y debidamente contrastada, amén de saber crear ambientes convenientemente orgiásticos, celebran con satisfacción la desinhibición de todas mis voluptuosidades y me permiten ser yo misma en toda mi amplitud. Jamás hallé sensaciones más exuberantes. Hembra lúbrica, -me dicen versionando románticos poemas-, de quien emana la más sabrosa bresca.

¡Porqué, oh Dios, me enseñaste los pecados de la carne!

Ahora sólo le pido a los hombres dos cosas: Generosidad y experiencia.

¿Inteligencia? No, si no saben aplicarla en los momentos cumbres. Es normal que los inteligentes de cerebro cartesiano no sepan utilizar esa misma inteligencia en la intimidad.

Deseo que no vean en mí una faunesa de desatadas pasiones, señores y señoras. La vida, acostumbra a sacarte a bailar en caprichosos y melodiosos vaivenes que hay que aprovechar y, para hacerlo, conviene dejar atrás los tiempos de creencias en ese eterno y mustio universo en el que nos sumergieron desde la cuna, de exultante conformismo e inveterado recato.

Glauca Mirada.

5/8/2007

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