EL AMOR ES COSA DE FLORES
Aquella rosa de un rojo intenso, perlada de gotas de un rocío salido del spray de la floristería.
Primero arranca una sonrisa y se apresura ella a olerla con intensidad. Luego le busca un recipiente de cristal que sea algo especial (no queda igual de bien usar un recipiente vacío de mermelada o tomate). Se coloca el florero improvisado en un lugar visible y durante tres o cuatro días miras esa bella rosa cada vez que pasas junto a ella. En ocasiones te detienes a olerla con fruición, como si quisieras que su aroma no se escapara nunca de tus sentidos.
Pasados unos tres días (eso depende del precio de la rosa, generalmente) empiezas a echarle un poco de aspirina al cambiarle el agua para que dure más.
Y al final un día, al pasar junto a ella, ves que ha empezado a dejar caer unas hojas y las que quedan ya no están tan prietas ni lozanas y sientes cierta pena difícil de definir.
Recoges las hojas caídas y con suavidad acaricias la débil rosa ya, como si interiormente le pidieras que te durara toda la vida. Pero ese deseo es un imposible, porque todo lo que la naturaleza te regala, la naturaleza te lo quita.
Y al final llega el día, mucho antes de lo que quisieras aquella belleza y su aroma tan especial llega a su fin. Y en un acto casi piadoso, de profundo respeto pero también del vacío que queda cuando el amor se va, coges lo que queda de aquella flor y lo depositas en el cubo de la basura junto a las últimas hojas que ha dejado sobre la mesa. Y el jarrón va a la fregadera directamente, como va tu corazón cuando el amor es ya como una leyenda que sólo anida en el mundo de los cuentos infantiles.
Y es que hay ocasiones en que se topa uno con ciertas escenas determinadas en una película y bajas la vista porque casi duele. La mente se rebela y no puedes evitar recordar; ¡¡cielos!!! ¡¡¡yo viví esa pasión!!!, y de inmediato deseas con gran intensidad que la escena pase.
A parte de que el amor es finito como las flores, hay una cruel curva direccional a lo largo de la vida y sus hormonas; se empieza por puro sexo, se sigue con amor-sexo y se acaba como al principio, sólo sexo o te sumerges en todas las tareas distraccionales que te quieras plantear. Incluso en la abstinencia sólo por no poder tener aquello que necesitarías. La vida, al fin y al cabo, te ofrece capacidad de elección siempre y hay quien prefiere rosas y quien prefiere margaritas .o el jarrón vacío descansando en una alacena.
Y bueno también es cierto de que a lo largo de la vida tuvimos muchas rosas en nuestras manos, pero seguramente solo una rebasó todos los límites en belleza y durabilidad. Seguramente aquella que nació, creció y maduró en algún matorral de nuestro propio jardín. Podada, regada y abonada con esmero por nuestras propias manos. De eso te das cuenta sólo cuando después han pasado muchas otras rosas por tus jarrones a la sombra, y los whatsapps sustituyen lo insustituible.
Pero esto es solo una reflexión dada la fecha, en realidad las festividades de este tipo son sólo un invento comercial, porque el amor debe demostrarse a diario empapando todos nuestros sentidos y nuestras necesidades más difíciles de analizar. El amor es como caminar tranquilo en medio de un bombardeo de obuses, sin miedo a nada porque ese amor te sostiene a cada segundo y a cada paso, en cada hora de vida de tu rosa, de la suya
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