LAS AVENTURAS DE QUIJOTE WATSON, LA BELLA MILA Y EL PRELADO CASTELAR
Watson de "la Leche", nuestro Quijote y desfacedor de entuertos particular cabalgaba con su jamelgo "malaspulgas" por el camino que le llevaba a su hacienda de Argamasilla. Iba pensando en la mala cosecha de cañamones que había tenido este año; ni para alimentar a sus tres canarios había recogido. Eso le preocupaba sobremanera, puesto que este ejercicio la declaración de la renta le había salido a pagar, y no sabía como satisfacer la deuda.
Últimamente todo el monte era suyo, creía, pues, por circunstancias, el obispo Castelar no aparecía. De repente, al pasar por la alberca; cerca de la cerca del huerto del señor Filiberto, oyó una especie de lamentos y ayes que provenían justamente de detrás de una alquería que se hallaba al lado de la cafetería donde tomar su cafelito con sus churritos todas las mañanas solía. Una dama se quejaba...
Dama:
- ¡Ay...ay...ay...! ¡Ahhh...ahhh...ahhh!
Nuestro héroe olvidose de sus problemas y raudo a donde provenían esos lamentos acercose. Lo que contempló fue atroz. Una dama cuarentona se debatía como podía de un monstruo debajo de una higuera (lo de cuarentona nadie lo diría porque la dama tenía los dos pechos enhiestos y descarados para entretenimiento del prelado). Empuñando su lanza y desenvainando su espada, a la vez que la cimera en lo alto de su testa se colocaba y a "malaspulgas" en sus flacos flancos espoleaba, dijo a aquella especie de nuncio con sotana que, al parecer, a la dama violaba:
Watson (Poniendo cara de muy mala leche):
- Cesad en vuestro conato bellaco. Pues ¡vive el cielo que como persistáis en el intento, cuando llegue a vos, os mandaré a "tomar por el saco"!
Aquel prelado de debajo de la capa de repente retiró sus recias pero delicadas manos de las tetas de la dama y a la entrepierna se las llevó. Quijote Watson ese gesto interpretó como "que no le salía de los huevos", y un tanto mosqueado, masculló:
- ¡Ah no! bribón, pues ahora verás quien soy yo.
Lanza en ristre nuestro titán hacía donde aquel monstruo estaba se lanzó. El pontífice miraba a la dama casi despelotada, con las bragas por los tobillos; a su vez al quijotesco personaje le veía por el rabillo como se disponía a ensartar su anatomía, y dando media vuelta las "de Villadiego" tomó, perdiéndose en la lejanía con su negro ropaje.
Hasta la dama nuestro Quijote llegó; apeose de su jamelgo a la vez que le ofrecía una manta para que sus tersas carnes tapase. Con ella cubriose. Watson. (con cara de aflicción):
- ¡Lamento mi señora no haber sido más oportuno! Pues de haber llegado antes, hubiera evitado la felonía con una rencilla. Soy maese Quijano, de Argamasilla.-Dijo a la vez que extendía su mano diestra. (Por la parte posterior de la armadura se le salía la quilla).
Mila no aceptando la mano que Watson le ofrecía, dijo con la voz un tanto agria:
- Oportuno si que fuisteis, para mi desgracia con vuestra presencia habéis evitado que haya sido violada.
Quijote Watson (con la faz desencajada por la sorpresa):
- ¡Mal halla mi presencia, señora!
al escuchar vuestros lamentos,
en tan nefasto momento y hora
espolee con saña a mi jumento;
no consiento que a fiel o mora
ningún malandrín dé tormento.
Mila (con la cara de sarcasmo):
- Pero de que lamentos y ayes habláis, imbécil. Si gritaba y gemía era porque estaba a punto del orgasmo...
Moraleja: Otra vez que escuches ayes y lamentos de una dama, asegura antes de desenvainar la espada, no caigas otra vez en un desatino. Asegura si esos lamentos son debido a un alma por el dolor desgarrada o son debido a los placeres que da el chumino.
Que tengan buena tarde-noche, ustedes que pueden.
Castelar-
26 / 05 / 2004
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