LAS CONVERSACIONES DE AL LADO
Estaba sentado plácidamente en una de las sillas del restaurante de abajo dando debida cuenta del tentempié correspondiente con el único fin de cumplir con la obligación que el cuerpo nos impone a ciertas horas. Y como humano que es uno, le resulta harto difícil poder embozar los sentidos allá donde se encuentra, sobre todo los del oído y la vista.
Así pues, no se extrañen ustedes si les digo que después de haberme “cepillado” un suculento consomé y de segundo unas sabrosas sardinas a la plancha, mientras esperaba el postre pude escuchar, sin pretenderlo, ciertas conversaciones que me hicieron reflexionar, todo ello, sin lugar a dudas, como consecuencia de que el tono y el timbre de voz de la mayoría de los españoles/as parece ser más que “abundiente”.
Es por eso que uno no puede evitar enterarse de cosas interesantes que se dicen en las mesas de al lado, y que, por supuesto, nada le importan, pero que activan en cierto grado sus neuronas aun sin pretenderlo. Y como resulta que a uno le ha dado Dios una audición estereofónica, es capaz de escuchar a la vez lo que un tío y una tía, jóvenes ambos, comentan a la izquierda; más lo que tres tías maduras, que por lo visto han quedado para tomar café a esas horas, declaran a la derecha de mi cuerpo jotero. Y ahí empieza lo bueno...
Enseguida percibí que las tres maduritas, como de mi edad, se estaban contando mutuamente algunas penas. Las tres casadas; las tres, al parecer, con matrimonios chasqueados. Una declara en la mesa que mantiene una relación de “amistad” por Internet con un tío al que desea conocer pronto, que ya han quedado para verse; otra, la más morena de las tres, expresa que está harta de aguantar el carácter de su marido y que ya no siente amor ni nada por él; la tercera, afirma que el consorte la pone de los nervios y que está en tratamiento psiquiátrico o psicológico por motivos parecidos, en una situación casi de desespero, y que, para combatir su soledad, se dedica a chatear por las noches mientras su “maromo”, que no tiene ni puta idea del manejo de un PC, duerme y ronca como un cerdo. Se consuelan. Luego se beben los cafés y pagan, pero aún no se largan.
Y en mitad de todo el recorrido es cuando el camarero va y me sirve el postre: unas natillas caseras, por cierto que muy jugosas, secrecionales. Y, la verdad, mientras me las como, saboreándolas plenamente, saco conclusiones de todo lo escuchado, pensando si algo tendrá o no que ver con la estabilidad de una pareja el hecho de que un hombre sepa comerse adecuadamente la “almeja” de su mujer.
Pagué y me fui, aunque ellas se quedaron. ¡Ah!, en el espejo que había a la salida me fije cómo me miraban el culo... ¡coño! hasta estuve a punto de girarme para que me vieran por delante.
Paulito
09/02/2005
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