UNO DE NOVIEMBRE
Llueve. Fieles a su cita, la lluvia y un viento helado y áspero llegan, el uno de noviembre, al encuentro de los árboles heridos, que aún guardan los últimos tesoros del sol del verano.
¡Con qué extraña delicadeza el otoño, el tiempo de caída, queda dividido en dos por esta fecha, puerta de la oscuridad!
Obstinadamente, los cementerios se han llenado de flores, como intentado rescatar del olvido lápidas llenas de musgo, que guardan los huesos de los que ya son, para nosotros, apagada memoria de los que un día fuimos: de los que nos hicieron. Obstinadamente, digo; yo no sé hasta dónde han penetrado usos ajenos, con sus calabazas y sus disfraces góticos, pero nunca olvido aquellas palabras de Jacinto Benavente: "Bienaventurados mis imitadores, porque de ellos serán mis defectos".
A veces pienso que soy una mujer de larga juventud, por eso me cuesta tanto aprender algunas cosas. Con esa lógica de los jóvenes, siempre pensé que esta fiesta era sólo un ritual, absurdo y vacío. Porque lo importante es honrar a los muertos cada día, y no a plazo fijo. El tiempo me ha enseñado que ése es el mejor modo de no recordar nunca nuestra deuda, de dar alas a ese crimen tan viejo que llamamos olvido.
Y, a fin de cuentas, es un día cargado de futuro. Sólo cuando se nos muere alguien muy querido, te das cuenta de que algo se ha muerto en ti.
Y sabes que la vida, grande y mágica, generosa y dura, hermosa hasta decir basta, exigirá que un día te apartes para seguir siendo como es.
Hoy bajo la lluvia, es un bien día para pensar en ello...
Les deseo la mejor de las noches.
Hetaira, con la mirada deletreando la eternidad.
2/11/2004
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