UNIDOS DE POR VIDA: PEPELUIS, JANDALILLO Y CASTELÁ
Cuarenta y dos años llevaban viviendo juntos, eran como congénitos, no podían vivir separados. Tan grande el afecto y amor de amigos que se tenían, PepeLuis y Castelá, que cuando falleció uno de ellos, el otro casi no pudo soportarlo; gracias a otro amigo de ambos, Janda, que le apoyó en esos momentos tan dolorosos, pudo sobrellevar la pena y su dolor con cierta resignación.
- Ya sé que erais muy amigos.
- ¡Mucho, mucho! Nuestra amistad era tan grande que se puede decir que nunca nos separamos. Desde que nacimos hasta la misma hora de su muerte, permanecimos siempre unidos, como dos amigos ¡Que digo amigos! ¡Como la uña a la carne y el pelo a la piel!
Jandalillo, que le consolaba siguió:
- Sé que he sido muy egoísta con vosotros. Os conozco prácticamente desde que tengo uso de razón, pero no sé porque motivo, nunca os consideré de mi condición.
- ¡Cierto! Has sido muy egoísta con nosotros, siempre nos has utilizado para tus intereses particulares, nunca nos diste nada a cambio de nuestros favores.
- Reconozco que sí, que os he utilizado para mis conveniencias, por eso ahora que te has quedado sólo y has perdido a tu mejor amigo, prometo, aunque sé que eso es imposible, suplir a tu amigo. Lo deseo de todo corazón.
- No sé yo... Nos has hecho tantos desprecios que me cuesta trabajo creerte.
- Dame tiempo y lo comprobarás. Voy a cuidarte como se cuida a uno mismo.
- Recuerdo aquella vez. –Dijo Castelá – Que te ligaste a tres tías fenomenales ¿recuerdas? Te las llevaste el hotel y nosotros como dos gilis esperando en la puerta a que tú te las cepillaras, para llevarte a tu casa.
- Bueno –dijo Janda como justificándose - Comprende que yo entonces daba mucho de sí en el tema del folleteo, además, ¡coño! que cuando una “titi” te gusta, no se la cedes ni al mejor amigo.
- Pero aquellas tías no eran novias tuyas, bien que nos podías haber dejado una para cada uno, y todos satisfechos. Mientras tú, tonto-polla, disfrutabas, nosotros como dos idiotas sólo “a olerlo”.
- ¡Venga tío! No te lamentes más. Te juro por Dios, que desde hoy todo cambiará. ¡Por cierto! ¿De qué ha muerto tu amigo?
- De un varicocele. ¡Mira que se lo venía avisando! ¡Opérate antes de que sea demasiado tarde! No me hizo caso ¡y mira! Al final le han extirpado. Y aquí me tienes solito, sin mi compañero, mi hermano sevillano, mi “huevo gemelo del alma”. ¿Que será de mí? ¿Cómo puede vivir un cojón solo?.
Y Castelá se puso a llorar amargamente.
Pd.- Disculpas y un apretón de manos para mi paisano, y un fuerte abrazo para el colega Jandalillo, al que echo a faltar.
Castelar-
23-6-2004
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