CONVOCATORIA EXTRAORDINARIA, DON ENEAS

    

El héroe regresa. Su lugar es un nombre escueto en la leyenda, y un pedazo de tierra que hizo suyo el combate. Nació para la muerte. El guerrero interroga con su gesto a la ausente. No aguarda su respuesta. En cada encuentro, impasible, repite su pregunta.

Mudos testigos de su paso, mil cadáveres velan para siempre sus huellas. Traza así con el hierro de una espada sin nombre, su ruta sin retorno.

Ignora su destino, solo cumple el designio de serlo para otros. Día tras día, infatigable, insiste en la derrota. Mas no busca la muerte, se sabe para ella.

Ella habita la víspera de la batalla, cada noche sueña la agonía del alba, estruendos y galopes, la llanura anegada de estertores y sangre. Conjura así la muerte, repitiéndola.

Pero en aquella noche sombría de vigilia, de guardia tensa e inquietante espera, conoció al fin lo interminable. Y presintió su vuelta. Y deseó por vez primera la llegada del día y del combate.

Con el amanecer la niebla de sus ojos oculta el horizonte. A su encuentro cabalga solitaria. Firmes las riendas y las armas impacientes. Su alma se estremece, mas no tiembla su brazo.

Pero las palabras, como usted muy bien dice, Don Eneas, no son ya suficientes: No se puede construir una catedral gótica con métodos de línea de montaje. No se convierta en la estatua muriente del hombre que fue en otro tiempo. Aún está a tiempo de dar algún paso, pero con intención, con rumbo. Es tiempo de explosiones múltiples: el albor que se insinúa por detrás de las fraguas.

¿ Dejará de ser el poso secreto de mi mente, lo hará ?

Hetaira, acudiendo a su llamada. 

24/6/2005