SARI AZUL, SARI ROJO
Hay un olor acre en el aire de la ribera del Ganges donde se asienta Benarés, la ciudad sagrada de los hinduistas. La cúpula de oro de uno de sus templos es impresionante, pero más impresionante aún es el clima que rodea al extranjero occidental. El ambiente es opresivo incluso en los hoteles de lujo, si es que se pueden llamar "de lujo", y en todo momento te encuentras sumergido en algo denso, con olor a muerte y a resignación. Más parece fatalismo y aceptación plena del sufrimiento y la miseria. Hay poca sonrisa en el subcontinente, pocos niños alegres y muy pocos adultos que se rían abiertamente, pero no es por ningún elemento cultural sino porque hay pocos motivos para estar contento desde no se sabe cuándo.
Muchos llegan para morir en algunas de las siniestras pensiones de la ciudad, aunque la mayoría llegan ya muertos, a lomos de sus familias. Durante la noche se amontonan en la orilla del río, las mujeres amortajadas con saris rojos y los hombres con saris azules, mientras los parientes comen o hablan alrededor de una fogata con el bulto al lado, siempre boca arriba. Esperan que despunte el día para empezar las cremaciones, se oye negociar por la cuota de leña y por su calidad, nadie quiere que el Estado le proporcione troncos mojados. Los más pudientes compran leña adicional porque con la ración oficial no se quema bien el cuerpo; la mayoría se tendrá que conformar con animales de pelaje ocre para acabar la faena.
Jaurías de perros callejeros acostumbrados al protocolo husmean y deambulan por la ribera, como eligiendo los platos del festín que se avecina. Me pareció que gruñían cuando un pariente rico apilaba troncos grandes y perfectamente secos junto a la cuota, llena de ramas y troncos flacos: habría suficiente combustible para evitar que le hincaran el diente a ese plato y se dan cuenta. Cuando uno me lamió un zapato di un respingo, un paso hacia atrás y pisé algo semi-blando; era un sari rojo que contenía un cadáver huesudo. Tuve asco y me empecé a sentir en consonancia con el entorno sombrío. Quise excusarme con el hombre que comía sentado en cuclillas pero ni me miró, sólo comía para no tener que vestir un sari azul prematuramente.
SameOldScene
29/11/2005
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