¡PUES CLARO QUE HAY MORENAS!
Por mi lecho han pasado preciosas mujeres: rubias, morenas y pelirrojas, y alguna que otra -éstas sí me gustan- de melena plateada, sin la fachada que oculta el avance tecnológico de un tinte de hoy, algunos baratos y de escasa duración. Éstas, son auténticas y veteranas –así les llamo-, y merecen un capítulo aparte.
Hubo una morena (manchega, pequeñita y de grandes ojos), no hace mucho tiempo, que al sermón lastimero mío, oponía una voz dulce y clara, de ondulada obscenidad. Otras veces, le clavaba el metal frío de mi mirada, y ella, se enfrentaba con unos ojos desafiantes y brillantes. No me temía. La pregunta era si yo le cogería miedo, como a tantas otras...
Tras conocernos unos minutos, nuestra representación siguió su ritual de paradojas. La lucha dialéctica sobre al amor, el desenfreno de la pasión manifiesta y la perversión que acumulábamos, dejaron paso a los hechos concretos, motivo de nuestro encuentro.
Nada de caricias, nada de besos. Enseguida se tumbó sobre unos almohadones rellenos de plumas, se subió su falda plisada, se bajo sus caladas bragas y se abrió de piernas.
-El amor debe de ser coital. Hay que pasar de los rollos del calentamiento –gritaba martilleando los dientes.
-!Joder, qué frío es todo! -pensé mientras mi reducido pene no tomaba las dimensiones de una bandera en la cima del Himalaya.
Interpretábamos diálogos distintos llenos de despropósitos de rara brillantez. No tuve más remedio que tocarme solito para alzarme en armas. Me sentía gilipollas...¿o lo era...? -¿No estarás equivocada en las formas? -exclamé atónito-. ¿Siempre lo haces así?
-No, no lo estoy. Sólo quiero coito directo, sexo sin amor; es lo que me excita.
!Qué difícil se hacía esta situación! La cosa no iba, no. No había forma de que mi pene se llenara de sangre y lo viera alegre como en otras ocasiones. Al rato, ella se dio cuenta de mi gélido estado y como un volcán empezó a llamear. Debió de hacerlo para excitarme. Se desabrochó la blusa y se estrujaba los pechos con las manos crispadas. Rugía enfurecida, deseosa, ansiosa y los dientes le castañeaban, con un eco a lo lejos, que parecía más propio de un tablado flamenco. Se notaba que forzaba la situación. Sólo quería penetración la muy “puñetera”.
Dicho y hecho, sumiso y obediente, introduje una cuarta parte de mi, todavía, verga morcillona. Donde no hay, no se puede sacar...!ya me hubiera gustado a mí!. Pero cuidado, con sólo esa cuarta, la morena calentona halló la paz tras una tremenda explosión, relajó todos sus músculos y quedó, con tan poco, colmada, inmóvil y dormida.
Se veía brillar su bálsamo de lava en las caras interiores de sus muslos, cubriendo sus ingles de manera reluciente y aromática.
Ocurrió un ocho de diciembre, entre gasas y esparadrapos; entre tijeras y agujas estériles; entre pinzas y guantes de látex. Obtuvo su regalo: mi maltrecho y delirante falo. Sin hacer mucho ruido, marché dejándola sola en tal estado. Me salió la manchega una morena un poco rara. Tampoco me detuve en esta ocasión a edificar historias de amor.
La incertidumbre
23/11/2005
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