CARTAS DESDE EL DESIERTO
Para ti Gorgona.
Pasaban ya, lentamente, las carrozas del olvido por la calle de mis afectos, de las que tú, me tenías dicho, hacía tiempo te habías apeado. Debió ser coincidencia el reencuentro en aquella noche de formas agrestes y ralas o, quizás, yo nunca había sabido escapar de los caprichosos entresijos reticulares que hábilmente habías trenzado.
Tu voz, tenue y reverberante, se expandía por mi mente a cada una de tus palabras ceñudas y esquivas, como rasgando a finas hileras las paredes de mi escepticismo, en el que empezaban a manar pequeñas vetas rojas de sofoco. No fueron necesarias más de dos frases de sermón. Tampoco la réplica humilde hubiera dado resultado. Tu desprendido desabrimiento iba amainando a cada palabra, a cada frase, ante las respuestas hilarantes, e impavidez contagiante, que llegaban a tus oídos. Fue cuando me imaginé tus labios, rojos y sensuales, acariciando aquellos adjetivos de primaria instrucción. Agrios en su envoltura; melosos de sabor.
Alguna vez me he girado para mirar atrás y recordar aquel tosco y oscuro letargo que nos envolvió con sus sombras de indiferencia y desaliño. Sin entender porqué, de pronto, apareció de nuevo la sonrisa radiante y contagiosa que me hacía estremecer.
Ahora miro tu foto grapada sobre cartulina rosácea y compruebo que está perdiendo su brillo. Pero tus labios siguen colorados como el primer día y tu cabello, lustroso y fino, sigue cayendo elegantemente por la delantera de tus hombros, dejándote el cuello en penumbra. Esa levedad me insinúa mil maneras de gozarte.
Sensaciones que se confunden entre el deseo y la ternura cuando veo tu mirada, cándida y cansada; cálida pero perdida en el infinito.
Complicidades, seducción y resistencia. Componentes de una pasión. Y ahora, no sabría si besarte o esperar a que anochezca de nuevo.
Recuerdo que tus botas altas blancas hacían de ti una mujer estilizada. Recuerdo que tu voz calaba en mí hasta el ensueño. Recuerdo haberte deseado una y mil veces sin haberme hartado, como el lechal desea las mamas de su madre en los atardeceres de invierno. Recuerdo haberte querido con entusiasmo y devoción. Digamos, simplemente, que todavía te recuerdo.
_Cimon_
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