CONVERSACIÓN DISFRAZADA DE MONÓLOGO
Si la noche se acerca y vienen de muy lejos porque sienten la vida pesando sobre el alma, es hora de sentarse serenos y en penumbra a contemplar, absortos, cómo queman el tiempo los leños del invierno. Y entonces escuchan: silba el viento con que se queja el roble, húmedo todavía por la savia del bosque, las hayas crepitan con terquedad sumisa como si salmodiaran una oración antigua, y las jaras alegres encrespan su maraña que decrece de pronto en un impredecible vuelco del corazón.
Y sigues leyendo en las brasas de esta fiesta amarilla, porque hay troncos que restallan, centellean, alzándose gozosos y también hay maderas refrenadas, muy tercas, sostenidas, leales, con la tenacidad que requieren al alba los fríos de febrero; y hojarasca que prenden como el alcohol, azules, y claudican en vano humo de rendición.
Y también hay algún árbol extraño, como yo. Parecen de otras tierras, vienen de una estirpe llamada al desarraigo desde su mismo origen a este rescoldo eterno, apagados de todo por fuera y muy desnudos, y dentro, brea de antorcha para incendiar el mundo. Pero siendo todos distintos, todos nacimos para arder.
Hetaira, con el brillo de lo visible frente a frente.
Buenas noches
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