LA QUERIDA DE MARIANO
Lo sé porque me lo contó su mujer, no porque él tuviera el valor de confesármelo.
Empecé a sospechar de Mariano, mi compañero de trabajo, cuando nada más llegar a la oficina cogía el móvil, se salía al pasillo y empezaba a hablar con quien fuera. Debo aclarar que todos los fines de semana quedamos los cuatro para salir de copas por la noche. Martina se lleva muy bien con mi mujer, sobre todo conmigo. Por eso me supo tan mal descubrir que se la estaba pegando con otra tía, con cualquier putorra que se prestase a todo; él que no habla por no pecar, que es tan recto, tan cabal, tan serio, tan decente... A un amigo le duelen mucho esas cosas.
Pues sí, eso descubrí el día que se dejó abierto su correo electrónico en la oficina: marianogarcia@informail.com. Y no es que a mí me gusten las cosas del marujeo ni lo de meterse en vida ajena. No. Pero me dio por abrir algunos de los e-malis que guardaba de una tal mujer_insatisfecha@hotmail.com y me quedé alucinado. ¡Qué poca vergüenza!
“Quiero que repitamos las posturas, sobre todo la que tú llamas '20,5 parabellum'. Anoche me oirías chillar como una loca, aunque tú tampoco te quedaste mudo...”.
“Mariano, nunca imaginé que un hombre la tuviera de ese calibre. Eres maravilloso, capaz de envolverme en un mar de flujos...”.
¡La madre que lo parió, no sabía yo que mi amigo fuera un picha brava! En fin, hoy en día te puedes esperar lo que sea de cualquiera, la sinvergonzonería abunda, ha llegado a extremos insospechados, y la técnica no ha hecho más que impulsarla; vaya que sí. Ojo, con esto que nadie piense que yo estoy chapado a la antigua, pero es que todo tiene un límite.
Pues lo sentí mucho por él, pero en aquellos instantes no dudé que lo mejor era acercarme una mañana a su casa para hablar directamente con su mujer. Fue el día en el que nada más llegar a la empresa dije que me iba al médico, y hasta él mismo me preguntó qué me pasaba. Fue una buena excusa.
Me abrió la puerta Martina, ya que sólo los jueves va la señora que les limpia la casa, después de comprobar por la mirilla que era yo. ¡No veas! Me recibió en camisón transparente, con unas mini braguitas negras que... A lo mío. Le conté lo que había averiguado, aunque se lo fui explicando muy lentamente, despacito, con máxima sutileza, con el fin de crearle el mínimo trauma posible.
Antes de terminar me hizo entrar al estudio donde Mariano tiene su PC, para enseñarme una carpeta de cartón donde guardaba, por fechas, unas hojas de papel sacadas por la impresora. Las leí, y fue entonces cuando...
“¡Esta noche te voy a destrozar viva! ¡Juro que te voy a echar siete sin sacarla! Quiero que te pongas las braguitas blancas, esas que tienes con bordaditos de pingüinos”.
“Anoche me quedé exhausto. Eso de ponerte las piernas sobre mis hombros, me agota”.
-Sí, Paul, todos son e-mails tuyos, los que me has ido enviando a lo largo de estos últimos meses. Un día, por descuido, me dejé el correo abierto y él entró y los leyó; luego no tuve más remedio que confesarle lo nuestro. Como era de esperar, en lugar de cabrearse se echó a reír.
-¿A reír?
-Sí, Paul.
-¿Cómo es posible?... ¡Es que le da igual que le pongan los cuernos!
-No, no es eso, cariño mío... Es que la tía con la que lleva tiempo liado es TU MUJER.
Paulito
20-2-2005
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