ESTO ES UN AVANCE O EL FIN. NO SÉ.
Mila...relájate, cómodamente, donde quieras: voy a trabajarte cariño -le dije.
Para ello, como le gustaba, me puse ropa de mujer; para ella, por ella; para que alcanzara 8 ó 10 orgasmos. O como dicen los de la Mancha..."u más oye u más".
Encerrados ella y yo: solos, entre cuatro paredes, sin más aire que el que entraba por una rendija de la maltrecha ventana. Ella, desnuda, encima de la cama, esperando mi actuación, esperando mojarse, esperando la explosión de tu cloratita.
Amenicé la entrada con heavy; una canción de los añorados Iron Maiden: su título, "Man On The Edge". De detrás de unas cortinas rojas de terciopelo, aparecí vestido de enfermera: bata blanca, como la pureza; medias a juego, combinación de seda, de encaje transparente, y rompiendo con el blanco monocromo, una cruz roja bordada en medio de la cofia que llevaba ligeramente inclinada; zapatos amaranto de tacón de aguja y un antifaz granate. A ritmo de rock duro, la puesta en escena fue salvaje. Se vaticinaba la energía que poseía, se preveía cuánto y de calidad iba a dar. Desplegando mi brazo y señalándole con el dedo índice, le hice saber que podía empezar a cruzar las barreras de la indecencia. Mila comenzó a tocarse su, todavía, árida guarida.
Tras mostrarme violento y agresivo, pícaro y mordaz, abrí la puerta a Iron Maiden: se marchó. Pero entró Pierre Bachelet y su "Historia D´O". Ahora, empezaba a ser dulce y cariñoso, y de movimientos acompasados a ritmo de tan preciosa balada. Con la danza, la bata se ceñía manifestando mi perfección corpórea. El silencio se apoderó de Mila. Toda boquiabierta como si fuera una niña esperando el banquete en su fiesta de cumpleaños. Levanté los brazos, me quité la cofia y se la lancé a la cama. Agité la cabeza y desplegué la peluca blonda hasta que los largos cabellos acariciaron mis hombros. Sin parar mis hipnóticos movimientos, vivía la "Historia D´O". Me desabroché la bata botón a botón, lentamente. A la vez, izaba el abanico de mis párpados y con mirada de inocente aprendiz a galena, reté con su pupila mortal a los ya, en esos momentos, rendidos y húmedos labios vaginales de Mila.
La mirada de Mila era propia de un demente. Sus globos pedían a gritos salir de sus órbitas. Su visión quedaba letárgica ante la majestuosa actuación de tan descomunal macho travestido. Seguí. Puse mis brazos en la solapa de la bata y deslicé la prenda por la piel. Cayó poco a poco por los brazos, por la espalda, al parquet del escenario, pisada por la aguja de mis tacones. Se descubría ante la mirada lasciva de Mila, un escultural cuerpo, una configuración hecha para amar, para pecar y, una máquina, perfecta para funcionar en su fábrica de placeres. Sin duda, mi piel alba y moteada de graciosas pecas, excitaba a Mila, deseosa de convertirse pronto en mi felatriz y comenzar sus clases pendientes de fruición a mi ser. De fondo, Pierre Bachelet le seguía embobando. Ella, no sabía, que con mi actuación lo que pretendía era cautivarla para que entrara a formar parte de mi harén de lumias, del grupo de mozcorras que tengo repartidas por distintas mancebías.
Seguí con mi representación. Me senté en una silla, frente al almacén de dinamita que no paraba de jadear. Crucé la pierna derecha sobre la izquierda, deslicé el liguero hasta la rodilla; luego, ligero como una pluma resbaló hasta salir por el pie.
Lo dejo estar...no sé si seguir. Me lo pensaré. Es que la cosa termina en una brutal penetración a Mila y no sé si es correcto contarlo.
La incertidumbre.
35/2/2006
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